El sol caía y Gustavo escribía
Lo primero que hacía en las mañanas era prender la computadora y sentarse a escribir. Luego bajaba, buscaba algo qué comer y volvía. Escribía como un loco su novela de verano, que había transcurrido algunos años atrás y era ahora idealizaba y ficcionada en una novela que tenía más de diez mil páginas. Gustavo escribía hasta la hora del almuerzo, cuando su mamá lo llamaba y llamaba y llamaba para que bajara a comer.
En el almuerzo todos se preguntaban qué cosa escribía Gustavo en ésa máquina, si no tenían conexión a Internet. Su mamá y su papá le preguntaban, pero él solo movía la cabeza de un lado a otro y decía que estaba haciendo “algunas cosas”, “algunos proyectos”, que tenía en mente desde hacía tiempo.
Lo que Gustavo escribía en ésa máquina era más preciado que su propia vida. Era una enorme obra que lo inmortalizaría y lo haría trascender en la historia. No sabía cómo, si apenas era un episodio, una anécdota, la historia de él y de sus amigos y de la chica que habían conocido.
Después de almorzar Gustavo volvía a la máquina y seguía dándole al teclado como si su vida se fuera en ello. Pronto, golpear el teclado fue más sublime para Gustavo que tocar el piano. En ese tiempo, Gustavo escribió poemas, cuentos, letras de canciones, una novela inconclusa y una obra de teatro.
A las tres de la tarde el sol empezaba a posarse mientras él escribía. El sol le caía tan fuerte que todo el lugar parecía un maldito infierno. La familia de Gustavo hacía la siesta y él seguía escribiendo. No pensaba detenerse. Si su vida dependiera de ello, Gustavo habría hecho un buen trabajo. El tiempo se detenía. La noche nunca caía. Pasó que un día Gustavo se despertó y siguió escribiendo. Pensó que estaría dentro de un sueño, porque algunas cosas estaban cambiadas. No había vida. Si no tuviera qué escribir, Gustavo no haría nada en lo absoluto. No había nada más allá de la máquina, de las cuatro paredes de su habitación. No había amigos. Cada vez veía menos a sus padres. Cada vez se asomaba menos a mirar qué pasaba en la calle. Hacía poco había visto una construcción unas cuantas cuadras más allá. Todo parecía quieto. Las nubes no avanzaban. El sol no se movía.
Siguió escribiendo. Se le ocurrió la historia perfecta para acabar su libro. Una chica que se enamora de un chico y luego lo deja. Eso era. Todo transcurriría en un tiempo fantástico en el que nada es lo que parece ser. Un chico que escribe tiene más historias qué contar que un muerto. La historia se desarrollaría en una ciudad abandonada, tal vez debido a una guerra nuclear. Una chica y un chico son los últimos sobrevivientes. Lo malo es que ellos no se pueden procrear porque no se llevan bien, se detestan. Sin embargo, la naturaleza es más fuerte y conforme van creciendo ambos se enamoran y la humanidad tiene una nueva esperanza. Es cuando entonces que la chica lo deja. Gustavo empezó a escribir y el sol comenzó a moverse. Conforme iba escribiendo, el sol caía con mayor rapidez y Gustavo escribía con mayor destreza. La tarde caía y Gustavo escribía. Pronto se hizo de noche, y de la calle llegó un ruido infernal, producto de miles de automóviles y luces que se movían a la hora punta. Gustavo bostezó. Se dio cuenta que era de noche y estaba cansado de escribir.
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Lo primero que hacía en las mañanas era prender la computadora y sentarse a escribir. Luego bajaba, buscaba algo qué comer y volvía. Escribía como un loco su novela de verano, que había transcurrido algunos años atrás y era ahora idealizaba y ficcionada en una novela que tenía más de diez mil páginas. Gustavo escribía hasta la hora del almuerzo, cuando su mamá lo llamaba y llamaba y llamaba para que bajara a comer.
En el almuerzo todos se preguntaban qué cosa escribía Gustavo en ésa máquina, si no tenían conexión a Internet. Su mamá y su papá le preguntaban, pero él solo movía la cabeza de un lado a otro y decía que estaba haciendo “algunas cosas”, “algunos proyectos”, que tenía en mente desde hacía tiempo.
Lo que Gustavo escribía en ésa máquina era más preciado que su propia vida. Era una enorme obra que lo inmortalizaría y lo haría trascender en la historia. No sabía cómo, si apenas era un episodio, una anécdota, la historia de él y de sus amigos y de la chica que habían conocido.
Después de almorzar Gustavo volvía a la máquina y seguía dándole al teclado como si su vida se fuera en ello. Pronto, golpear el teclado fue más sublime para Gustavo que tocar el piano. En ese tiempo, Gustavo escribió poemas, cuentos, letras de canciones, una novela inconclusa y una obra de teatro.
A las tres de la tarde el sol empezaba a posarse mientras él escribía. El sol le caía tan fuerte que todo el lugar parecía un maldito infierno. La familia de Gustavo hacía la siesta y él seguía escribiendo. No pensaba detenerse. Si su vida dependiera de ello, Gustavo habría hecho un buen trabajo. El tiempo se detenía. La noche nunca caía. Pasó que un día Gustavo se despertó y siguió escribiendo. Pensó que estaría dentro de un sueño, porque algunas cosas estaban cambiadas. No había vida. Si no tuviera qué escribir, Gustavo no haría nada en lo absoluto. No había nada más allá de la máquina, de las cuatro paredes de su habitación. No había amigos. Cada vez veía menos a sus padres. Cada vez se asomaba menos a mirar qué pasaba en la calle. Hacía poco había visto una construcción unas cuantas cuadras más allá. Todo parecía quieto. Las nubes no avanzaban. El sol no se movía.
Siguió escribiendo. Se le ocurrió la historia perfecta para acabar su libro. Una chica que se enamora de un chico y luego lo deja. Eso era. Todo transcurriría en un tiempo fantástico en el que nada es lo que parece ser. Un chico que escribe tiene más historias qué contar que un muerto. La historia se desarrollaría en una ciudad abandonada, tal vez debido a una guerra nuclear. Una chica y un chico son los últimos sobrevivientes. Lo malo es que ellos no se pueden procrear porque no se llevan bien, se detestan. Sin embargo, la naturaleza es más fuerte y conforme van creciendo ambos se enamoran y la humanidad tiene una nueva esperanza. Es cuando entonces que la chica lo deja. Gustavo empezó a escribir y el sol comenzó a moverse. Conforme iba escribiendo, el sol caía con mayor rapidez y Gustavo escribía con mayor destreza. La tarde caía y Gustavo escribía. Pronto se hizo de noche, y de la calle llegó un ruido infernal, producto de miles de automóviles y luces que se movían a la hora punta. Gustavo bostezó. Se dio cuenta que era de noche y estaba cansado de escribir.
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